¡Hola querida Alma!
Jadesh la Atlante, en esta ocasión, nos relata el nacimiento de los Hijos de la Tierra. La Vida se abre paso con Luz y Discernimiento.
Gracias por estar ahí… ¡y un fuerte abrazo!

<<Omama creó la tierra y la selva, el viento que agita las hojas y los ríos cuyas aguas bebemos. Él nos dio la vida y nos hizo muchos. (…) Omama quería que nosotros fuéramos tan inmortales como el ser sol que los chamanes llaman Mothokari. Quería hacer las cosas de una manera hermosa y poner en nosotros un aliento de vida verdaderamente sólido.>>
Davi Kopenawa. La caída del cielo. Palabras de un chamán yanomami
Los Atlantes nos consideramos afortunados por acompañar a la Tierra en su devenir físico y espiritual. La Vida en la Creación aparece y permanece eterna, en constante evolución.
¡Cuánto había acontecido desde nuestra llegada a la Tierra! La misión como observadores nos había colmado de bendiciones con cada experiencia vivida. Habíamos asistido al nacimiento de los seres que la habitaban, tanto físicos como etéricos; conocíamos a la perfección cada palmo de tierra, de océano. Pero soñábamos con un nacimiento en especial y el momento se acercaba, lo intuíamos. El instante en que la chispa divina insufla aliento a un ser y causa su nacimiento llega en el momento adecuado y éste, únicamente, es conocido por el Padre Celestial.
Una tarde, cerca del ocaso, varios grupos de trabajo, de diferentes disciplinas, volvimos a Atlántida felices y con buenas noticias, gratamente sorprendidos por lo hallado en nuestra diaria inspección y observación. Nos faltó tiempo para acudir a la Sede donde se hallaban los Maestros; Ellos debían conocer, lo antes posible, lo ocurrido.
Desde hacía tiempo, veníamos observando que la madre Tierra se encontraba en una quietud diferente, con un alto grado de sensibilidad. Creaba especies de manera constante, especialmente raras y sutiles. El viento, más cálido de lo habitual, llegaba con ímpetu, e igual, se marchaba.

Por la mañana, descubrimos a la Tierra, trémula, que emitía una vibración diferente, las ondas provenientes de su núcleo se expandían por la tierra y alcanzaban las capas más altas de la atmósfera.
Entendimos enseguida lo que ocurría. Me arrodillé y hundí mi energía en la mullida y esponjosa tierra. Percibí la frecuencia, que se intensificaba cada vez más. De nuevo, asistíamos a un nacimiento. Algo latía con intensidad allí mismo, desde el suelo, fundidos con la tierra, unimos nuestro latido al suyo y le transmitimos al planeta todo nuestro amor.
No podría definir cuanto tiempo estuvimos así. Solo sé que, cuando esa frecuencia se intensificó, en el ambiente, reinaba el Amor y la Calma. Un silencio intenso se adueñó del entorno y no permitía escuchar el cantar de los pájaros, ni el rumor de las olas, ni siquiera el zumbido de un insecto.
Todas las fuerzas de la Tierra estaban focalizadas en el parto. La Madre Tierra, había cumplido el sueño de crear una humanidad que habitara su interior y caminase junto a Ella por los senderos de la Materia y del Espíritu.
De la tierra, emergieron dos seres envueltos en su propia placenta, expulsados por la madre Tierra, después de una larga gestación. Los Atlantes allí presentes pudimos asistir y ayudar a los Hijos de la Tierra a desprenderse de aquella envoltura. Su belleza, única, nos emocionó. Ambos poseían las mismas características, con la diferencia de que, por cada placenta, un ser era masculino y el otro ser era femenino.
Su apariencia robusta y fuerte contrastaba con su mirada infantil, confiada.

Unas largas melenas de pelo negro y ondulado casi les llegaban a la cintura. Su piel, roja, brillaba con ciertos reflejos dorados. Una deslumbrante sonrisa nos cautivó.
De una altura de 1,50m. poseían piernas y brazos bien definidos, fuertes y fibrosos. Grandes ojos, de un verde intenso, también de un ámbar profundo y brillante eran, junto a la amplia sonrisa, los protagonistas de un rostro bellamente perfilado, armonioso.
Esperamos a que recuperasen fuerzas. Les sostuvimos las manos, animándoles a que respirasen, con calma, aquel aire, puro prana. Fue en aquel momento cuando se dio la Magia del Amor. Lo que ahora llamáis flechazo, también le ocurre al alma, existen seres que vibran en sintonía y se atraen para siempre en Hermandad. No podíamos ni debíamos influir en el desarrollo normal de los acontecimientos, pero hemos sido y somos sus hermanos mayores desde aquel momento.
La Madre les susurraba a través del viento, habían nacido al refugio de los elementos y la tierra cálida y acogedora los abrazaba. Nos quedamos junto a ellos hasta que fueron capaces de levantarse y comenzar a caminar, sabíamos que la Madre los cuidaría y mimaría con recursos suficientes para darles cobijo. Aún así, decidimos volver y observar. Más tarde, descubrimos que habían nacido varios miles. Todos ellos poseían las mismas características, adecuadas para la vida en este planeta. Eran perfectos en todos los sentidos, adaptados al medio en el que iban a vivir.
Percibimos su energía y su Esencia y eran abrumadoras. Ellos eran el gran legado de la Tierra, de una madre que existía solo para el Amor y para la Creación de Vida.
Después de informar a los Maestros, decidimos conectar con la madre Tierra. Sentíamos su llamada, sabíamos que deseaba contarnos algo. Nuestro grupo, en un lugar apartado, sentados en posición de loto, unimos nuestra energía con la de Ella. Unas ligeras gotas de lluvia comenzaron a caer, nos miramos, sentimos que aquello era su llanto de alegría por el nacimiento de sus hijos. Esto fue lo que nos transmitió:
“La pura necesidad de Amar me llevó a la gestación de mis hijos. Fuertes emociones se agolparon en mí ser, a veces alegría y risas, otras temor y confusión. Pasado un tiempo, una felicidad inmensa me recorrió y mi Amor creció aún más. He sentido sus corazones latiendo en mí; sus Esencias, manifiestas en el entorno, me recordaban la gran esperanza de vida creada.
Hoy, tuve la sensación de que algo inminente iba a ocurrir y me sobresalté, pero confié y me refugié en el Padre Celestial, que me reconfortó. Así, lentamente, comenzaron a surgir de mi interior los Seres Creados. Los Hijos del Amor. Percibí sus respiraciones, sus latidos. Quise acompasar el mío con los suyos para que se sintieran acogidos y amados.
Han venido, aportando mayor conciencia y luz a este Sagrado Lugar. Su inteligencia y sabiduría proceden de la Conciencia Pura, por lo que su desarrollo espiritual está marcado por el Cielo y por la Tierra, que es su origen. Sus dones del alma están vinculados al Amor y al Servicio a la Creación.
Para recordar este instante, hice brotar un manantial de agua fresca y pura en cada lugar donde habían nacido, para que bebieran de mí. Los manantiales perdurarán, con la inagotable agua de su interior y todo aquel que la beba sentirá mi Amor Verdadero en él.”

La Madre Tierra, emocionada, no escondía su felicidad.
El compromiso consigo misma y con la Creación, manifestaba el Amor Consciente que es. Ella, una fuente viva de Luz, creaba con el pensamiento aquello que soñaba con el corazón.
Nada ni nadie la apartaría jamás de sus amados Hijos.
Hasta aquí el relato de hoy, en el que Jadesh la Atlante, nos habla sobre el Origen de los Hijos de la Tierra y de cómo vivieron y sintieron los Atlantes su nacimiento.
La próxima semana un nuevo post acerca de mis experiencias en el Despertar de Conciencia.
Gracias… ¡y un fuerte abrazo!
Blog Memorias de Atlántida. Mª José Vázquez Uceda